PÓDCAST | Episodio 24

 El poetastro

Hilarión Frías y Soto

El poetastro presume de sabio y entendido. Habla de todo, de todo entiende, y no hay materia en el mundo que no esté al alcance de nuestro hombre.

Hilarión Frías y Soto

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Producción: Historiografía Mexicana A. C. [2 de abril de 2019].
Comentarios y lectura en voz alta: Pedro César Beas.
Texto [fragmento]: Los mexicanos pintados por sí mismos, «El poetastro», de José María Rivera, Hilarión Frías y Soto. Imprenta de M. Murgía y Comp., Portal del Águila de Oro. 1854

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Lectura en voz alta: 

EL POETASTRO

Figúrese el lector que entre nuestra juventud descuella un chico coqueto, sentimental, relamido, jactancioso, y recortado como un cuello de camisa, y que tan selecta persona hace malos versos: pues esta cosa se llama poetastro. Veamos primero su origen.

El hombre salió del lodo, la mujer de una costilla, un papa[1] de una zahúrda[2] de marranos, y un poeta, según confiesa él mismo, brotó.

¿Qué tiene de raro que un poetastro brote detrás de un mostrador?

En efecto, un cajero es capaz de sentir, de enamorarse y de querer expresar su amor. Ha leído las variedades de nuestros periódicos, y tomó tanta afición al verso, que creyó que era el mejor órgano para expresar su pasión a Tulitas, la hija de un retirado, cuyo balcón, es decir, el de la casa en que vivía la niña, estaba frente a la vinatería que sirve de nido o larva a nuestro futuro poetastro.

En efecto, un día de feliz memoria, después de haber permanecido nuestro hombre por algunas horas inclinado en el mostrador sobre un cuarterón[3] de papel, con la pluma en la mano, se levantó risueño, contento y henchido de satisfacción…

Escribe en efecto el hijo de Apolo[4] diez o doce copias de su aborto literario; las reparte a guisa de circular, y enseña su composición a todos sus amigos, los cuales con sus lisonjas y adulaciones hacen se le hinche el corazón de orgullo.

Desde aquel día, nuestro hombre trata de seguir la senda del Parnaso;[5] y como apenas comienza a hacer pininos en el arte, los robos y los plagios le sirven de andaderas. Desde entonces también, cuanto hay en la naturaleza, sea poético o prosaico, todo tiene que pagar su contribución a la musa de nuestro poetastro; y no hay para él en el mundo cosa que no sea digna de la trompa épica, o de la lira, guzla[6] o plectro[7], instrumentos que según él pulsa diariamente, aunque nunca los ha visto. Hasta aquí el vate[8] se ha formado con la lectura de novelas y periódicos: ellos son su principal estudio, el secreto de su ciencia, el busilis[9] de su fecundidad, la fuente de su charlatanería, y el jugo y sustancia de sus versos. Empero, un día cayeron las obras de Zorrilla en las manos del poetastro; las leyó con avidez, aprendió de memoria las composiciones A la Noche, y Gloria y orgullo, y después de todo esto sacó en limpio que el estro[10] del célebre poeta español era el mismo estro que inflamaba el prodigioso chirumen[11] de nuestro hombre. Desde entonces el poetastro se volvió romántico, y según él supo elevarse sobre toda la idiota muchedumbre, colectivo y epíteto que nos abraza a ti y a mí, paciente lector, por haber cometido el pecado enorme de no andar a revueltas con hadas y crespones,[12] sedas y huríes,[13] magas y vestiglos,[14] vampiros y querubes,[15] terremotos y cataclismos.

A los ocho días de haberse vuelto romántico, nuestro prójimo se aburrió del mundo y de la raza de Adán, y tuvo la galantería de decírnoslo por medio de una composición publicada en cierto periódico, en la cual vieron muchos la revelación del genio, mientras nosotros, sólo vimos una boleta en regla para tener entrada franca en San Hipólito.

[…] He aquí al niño que nos llama brutos, sin andarse con rodeos. […] Está visto, el poetastro al declararse romántico, adquiere sobre nosotros los mismos derechos que una mala suegra sobre su yerno, y puede impunemente ponernos de oro y azul, sin que podamos decir esta boca es nuestra. Al mismo tiempo, se convierte en el ser mas dichoso del universo, por más que él nos diga lo contrario. En efecto: según nuestro humilde concepto, el poestastro adquiere dones y privilegios que sólo a él le son concedidos. Examinemos si esto es verdad.

Según sus composiciones la vista de nuestro hombre es más que de lince, y creemos que los cien ojos de Argos no vieron la milésima parte de lo que ven las venturosas pupilas del poeta chabacano.[16]

[…]

La luna no es la luna, sino un líquido globo de cristal fundido; y sin embargo de que el poetastro es habitante la zona tórrida, y no ha marchado cien varas hacia los polos, a pesar de esto ha visto, que el mundo lo mismo que un globo de lotería, tiene un par de ejes, con la sola diferencia de que en aquel son diamantinos.

¿Y qué diremos de las orejas de nuestro vate? ¡Oh! En esta parte tampoco tiene rival el poetastro. Oye que el viento lloriquea, como un chico rebelde por la escuela.

Pero si es prodigioso el oído del poetastro durante el día, nunca lo será tanto como en la noche, aunque según malas lenguas, este fenómeno se advierte en todo aquel que se acuesta sin cenar. Durante la noche, cuando todo el mundo duerme, sólo el poetastro se halla en vela, escuchando ecos siniestros, ruidos misteriosos, choques de cadenas, crujir de huesos descarnados […], danzas de pestíferos esqueletos, etc., etc.; y los latidos de las arterias o el vuelo de un insecto, son materias más que suficientes para que el vate nos diga al otro día que ha sido víctima del insomnio y la vigilia.

[…] El ser más desdichado del universo es el poetastro, según, él mismo nos dice. Apenas cuenta diez y nueve años y ya la savia de su lozana juventud se ha secado; su corazón está marchito y carcomido; sus mejillas se han ajado[17] por las lágrimas del dolor.

Ilusiones, ¡anda vete! Se le han escapado del alma como se escapan las moscas de la cárcel de popote que les había formado un muchacho travieso y holgazán.

Sus creencias ¡volaverunt![18] Y en cuanto a goces y placeres, de seguro son más los que experimenta en la capilla un sentenciado a muerte, la víspera de su suplicio.

¡Pobre hombre! A nadie sino a él le está vedado el sentarse o echarse a la bartola, y tiene por precisión que estar reclinado, postrado, o de hinojos[19] a los pies de alguna arpía, excitándose en mirarla con loco frenesí; jadeando de amor; apurando sediento su soplo de perfumes, y todo ello para morir después ¡anonadado de tanto amor!

Estas y otras muchas son las penas que sufre el poetastro por alzarse sobre la multitud, y escribir su nombre con letras de oro, cosa que haría un dorador con menos afanes y congojas. Si semejantes trabajos superiores a los de Hércules, son reales y positivos, es cosa que no sabemos: deberán serlo, porque el hombre nos lo dice, y no puede engañarse ni engañarnos. Pero en lo que no nos cabe duda que el poetastro trabaja como un macho de noria, es, en aparecer como hombre de genio, de inspiraciones y de fantasía, cosillas difíciles de conseguir cuando no se tienen, y tanto que nos parece le sería más fácil a una fea volverse bonita, o a una matrona de sesenta descender a la edad de las muñecas.

Sin embargo de esto, el poetastro presume de sabio y entendido. Habla de todo, de todo entiende, y no hay materia en el mundo que no esté al alcance de nuestro hombre. Sólo una cosa no sabía (¡prodigio inaudito!) y eso que lo aprendió desde la escuela. ¿Y qué les parece a ustedes que sería tal cosa? […] La cosa que nuestro hombre no sabía: LAS VIRTUDES TEOLOGALES… fe, esperanza y caridad, cosa que aprende un chico en la escuela a los dos días.

Mucho hay que decir todavía acerca de nuestro poetastro, sobre todo cuando de poeta lírico quiere convertirse en dramático, o bien, cuando le vienen las ganas de soplar en la trompa épica. En efecto, en tales ocasiones se necesitaría un volumen tan solo para hablar de la mesa de nuestro hombre: de aquella mesa, campo de batalla donde el cantor lucha con su impotencia, donde forja los monstruosos edificios de su fantasía, donde están hacinados todos los defectos retóricos, todas las faltas gramaticales, y todas las necedades estupendas que brotar pueden de la insigne mollera de un poetastro.

Dejemos ya descansar a nuestro vate, y por último, lector, te daremos un consejo. Cuando algún curioso te pregunte quién es el poetastro, respóndele sin dilación y sin escrúpulos de conciencia:

El poetastro, es un viviente medio racional que lo sabe todo, todo… menos las primeras páginas del Castecismo de Ripalda.


[1] coloq. Méx. Ser inepto.
[2]  f. Pocilga.
[3] m. Cuarta parte de una libra.
[4] De Apolo, dios griego de la belleza.
[5] Del lat. Parnāsus ‘Parnaso’, montaña de la Fócide donde moraban Apolo y las musas y este del gr. Παρνασός Parnasós.
[6] f. Instrumento de música de una sola cuerda de crin, a modo derabel, característico de la región de Iliria.
[7] m. Mús. Palillo o púa para tocar instrumentos de cuerda.
[8] m. y f. cult. poeta (‖ persona que compone obras poéticas).
[9] m. coloq. Punto en que estriba la dificultad del asunto de que se trata.
[10] m. Inspiración ardiente del poeta o del artista.
[11] m. Capacidad.
[12] m. Gasa en que la urdimbre está más retorcida que la trama.
[13] f. Cada una de las mujeres bellísimas creadas, según los musulmanes, para compañeras de los bienaventurados en el paraíso.
[14] m. Monstruo fantástico horrible.
[15] m. poét. querubín.
[16] adj. Grosero o de mal gusto.
[17] tr. Maltratar, manosear, arrugar, marchitar.
[18] expr. fest. U. para indicar que algo faltó del todo, se perdió o desapareció.
[19] loc. adv. de rodillas.