FUTURO PASADO | Blog de Marco Antonio Villa Juárez
13 | octubre | 2020

La invención de América. Breves anotaciones

A partir del planteamiento de que esa gran extensión territorial que hoy llamamos América no fue descubierta por el almirante genovés Cristóbal Colón, cuando el 12 de octubre de 1492 pisó por vez primera una pequeña isla caribeña que, dicho sea de paso, creía que formaba parte de Asia, el historiador mexicano Edmundo O’Gorman (1906-1995) escribe La invención de América, publicada por vez primera en 1958, a instancias de la extinta editorial Tierra Firme, así como revisada y extendida en ediciones posteriores.

En este volumen conformado de cuatro partes, un prólogo, una advertencia y cerca de doscientas notas, O’Gorman explica, discierne y conjetura en torno a los discursos históricos propios de distintos tiempos y lugares –que paradójicamente algunos de ellos son tan añejos como próximos– las evidencias y constructos ideológicos, ontológicos, dogmáticos, semióticos, semánticos…, por mencionar algunos, que dan lugar a la interpretación de que el segundo continente más grande del mundo fue descubierto o inventado a partir de una sucesión de hechos que fueron tratados –y trastocados– en función de los tiempos vividos y en favor de intereses religiosos e imperialistas determinados.

Más que “derribarla”, O’Gorman deconstruye esta idea de la aparición histórica de América “como el resultado de una invención del pensamiento occidental y no como un descubrimiento meramente físico, realizado, además, por casualidad”. Esto último, quizá, es lo que se ha entendido –o querido entender– desde entonces y hasta nuestros días. Para quien esto escribe, el autor dilucida con elocuencia, mas no libre de juicios, los porqués de tal aseveración y, más importante aún, la razón de ser de dicho acontecimiento para la historia y cómo tendría que ser abordada. Así las cosas, es un asunto primario mencionar de qué va La invención de América para ahondar más en la materia.

El resumen

Palabras más, palabras menos, escribe O’Gorman:

La pregunta de si puede afirmarse que América fue descubierta sin caer en un absurdo inicia las primeras reflexiones sobre la posible –hasta este momento y sin ahondar en explicaciones por ahora– invención de América. La tesis entonces es que al llegar Colón aquel otoño de 1492 a un supuesto archipiélago adyacente a Japón fue como descubrió el actual continente americano. Pero ¿fue en verdad esto lo que pasó o lo que se dice que pasó? O, de otro modo, ¿si Colón realmente hizo lo que en lo sucesivo se dijo que hizo. Lo anterior no es más que la interpretación del hecho; no el hecho en su propia dimensión. Y sobre la interpretación, debe decirse que deriva de hipótesis y revisiones para comprobarla y conformarse si no se encuentra una explicación mejor, o para sustituirla o rechazarla, entendiendo que este proceso ha dado lugar al conocimiento.

Pero para saber qué pasó exactamente con el viaje que hizo Cristóbal Colón a tierras desconocidas y, por otra parte, a qué se debe la idea de que descubrió América, hay que averiguar cuándo, cómo y por qué se pensó esto por primera vez. Existe, por ejemplo, la idea de lo que llaman la “leyenda del piloto anónimo”, la cual consiste en que Colón supo de las tierras que habría de “descubrir” por boca de otro cuya nave había sido arrojada a sus playas por una tempestad. Bartolomé de las Casas –fuente de esta idea para O’Gorman– dice que hacia 1494 en la isla La Española (como sería conocida esta tierra pisada por Colón) se llegó a decir entre quienes acompañaron a Colón en su primer viaje que el motivo que lo llevó a hacer la travesía a la hoy llamada América fue el deseo de mostrar las tierras de las que alguien le había dado aviso. Apareció luego, más o menos unos treinta años después de la leyenda del piloto, el libro Sumario de la natural historia de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, “dedicado” al rey Carlos I (también Carlos V), el cual calificaba de “notorio” el objetivo de descubrir tierras ignotas de parte de Colón.

Ahora… ¿descubrió o no el almirante Colón América o fue el piloto? ¿A quién atribuir el éxito de la empresa? El primer intento de respuesta es justo el que se explica en el párrafo anterior a partir de la obra de Fernández de Oviedo. Un segundo intento es el de Francisco López de Gómara y su Historia general de las Indias, intento del que se resume la siguiente tesis: Colón fue un segundo descubridor y el piloto el primero; además, Colón supo también de la existencia de estas tierras por doctos y por libros. Y un tercer intento, extraído del círculo cercano de Cristóbal Colón, puede verse en la obra Vida del almirante, escrita por su hijo Fernando. En esta, la tesis es que nadie le dio información al navegante y por lo tanto él fue el primero en llegar a los territorios desconocidos.

Dice Fernando Colón que su padre tenía conocimientos científicos para inferir que existían estas tierras, producto de su erudición y observaciones. Unas siguientes ideas con las que se trató de encausar la aseveración del descubrimiento de América fueron aún más lejos. Fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, por ejemplo, expuso que el significado de tal hazaña gravitaba exclusivamente en su finalidad religiosa. Por su parte, William Robertson en The History of America explica que Colón tenía razones para pensar que llegaría a las costas asiáticas, a razón de que los reinos europeos llevaban ya algunos años  pretendiendo establecer comunicación con los mares y tierras orientales y generar una expansión comercial y política. De esta forma, escribe O’Gorman, “no se trataba de una inexplicable o extravagante ocurrencia, ni de una aspiración divina; es una hazaña del progreso científico del espíritu humano”.

Una tercera idea vino con Martín Fernández de Navarrete y su Colección de viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde el siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes a la historia de la marina castellana y de los establecimientos españoles en Indias, quien con las evidencias refuta todas las ideas anteriores, argumentando que hasta su muerte Colón siempre creyó que llegó a Asia y no a lo que hoy llamamos América. Por último, la idea de Alexander von Humboldt que emana de su obra Cosmos; essai d’une description physique du monde (del siglo XVIII), basada en una concepción idealista, es decir, que el suceso ocurrió por los anhelos de una época, asumidos por el hombre. Ha de suponerse que, por ejemplo, en esa época resurgió un interés por los afanes de expedición de otros tiempos en Europa, ahora bajo el régimen de la ilustración del siglo anterior y la modernidad aún incipiente. Pero esa es otra historia.

Finalmente, el oficio de la historia, o esta ciencia que es, en una de sus más completas expresiones en cuanto a la escritura de la historia, la de las evidencias, viene con la tesis de Samuel Eliot Morrison extraída de su obra The Almirant of the Ocean Sea, quien extiende el horizonte del supuesto descubrimiento a partir de la narración de los cuatro viajes de Colón, planteando además que su objetivo siempre fue Asia. Utiliza bitácoras, mapas, cartas para evidenciar el objetivo de la empresa. Por lo tanto, con todas estas tesis anteriores y algunas otras más, queda sentado en la primera parte de La invención de América que la tesis de la idea del descubrimiento de nuestro actual continente es una invención de épocas y lugares, sin que ello demerite el hecho histórico, como a continuación se resumirá. A propósito, América, no la de la época de Colón sino la de los siglos siguientes, emergió en su propia naturaleza y en su propio sentido, a partir sí de la visión de los europeos, del ser y sentido que le otorgaron, de las misiones de que fue objeto en lo sucesivo.

En el segundo capítulo, se parte de que el posible descubrimiento –así conocido, hasta ahora no demostrado en las páginas del libro– no representa algo tangencial en sí mismo. Este y cualquier hecho histórico depende de sus circunstancias para cobrar significación. Solo tiene ser y sentido porque se le confiere, y ese alguien o algo que se lo confiere se ubica dentro de un marco de referencia en el que lo más valioso o lo que más importa es la imagen y parámetros que se tengan acerca de la realidad de momento: universo, ciencia, cultura, gobierno… el horizonte cultural.

Así, al proyectar el proceso de la invención de América en este parámetro –llamado así de manera general– se explica y justifica su aparición en la Isla de la Tierra, el mundo habitado por el hombre, y de su universo, dos términos tan distintos y por extensión complejos. La idea de globo terráqueo, universo, por ejemplo, se refiere a la totalidad de lo existente; el globo terráqueo es básicamente el planeta en su forma física; el mundo es la morada cósmica del hombre, su casa o domicilio en el universo. Y creo, lo que se descubrió fue la combinación de todo esto, y después se le puso un nombre y empezó a cobrar no solo sentido, sino también autonomía.

En la tercera parte, América finalmente emerge, producto de dos expediciones que llevaron más de una década y que además se realizaron en etapas: la de Cristóbal Colón y la de Americo Vespucio, de quien finalmente tomaría el nombre y como tal quedara plasmado por primera vez en la carta geográfica realizada por Martín Waldseemüller en 1507, titulada Universalis Cosmographia Secundum Ptholomei Traditionem e Et Americi Vespucci.

Las intenciones de los dos viajes destinados a resolver el gran dilema de “cuya solución depende la verdad del ser que se venía atribuyendo a las nuevas tierras”; es decir, de qué era exactamente ese lugar al que se llegaba, si una extensión de Asia como decía Colón, agregando además que era un mundo, o una tierra enorme e independiente fuera de todo conocimiento hasta entonces dispuesto, de acuerdo con Vespucio (debe acotarse que cualquiera de estos supuestos no pretende sintetizar la totalidad de las pretensiones de cada uno de los viajeros).

Y añade O’Gorman: “mucho más importante era la validez de la manera tradicional cristiana de entender al mundo con todo lo que ello significaba; entonces, la visión europea prevalecería para la América, siempre. Si Colón alcanzaba su propósito, quedaría probada la existencia real de otro mundo y la crisis consiguiente sería inevitable; si Vespucio lograba el suyo, no habría lugar a alarma alguna. El escenario está dispuesto, y ahora es de verse cómo va a desenvolverse en su doble trama esta espectacular comedia, nunca mejor llamada de las equivocaciones”.

La idea que tuvo Vespucio acerca de la existencia de un nuevo mundo se parece tanto a la que había tenido Colón que, vistas desde afuera, son casi idénticas. En efecto, el almirante no sólo proclamó que había encontrado una imprevisible y extensa tierra austral, distinta y separada del orbis terrarum, ignorada por los antiguos y desconocida por los modernos, sino que también la concibió como un nuevo mundo. Una cuidadosa reflexión descubre, sin embargo, que entre dos hipótesis hay una diferencia fundamental que radica en los distintos motivos que, respectivamente, impulsaron a sus autores a formularlas. Consideremos, primero, el caso de Colón.

Lo que es un hecho, y cito con exactitud a O’Gorman, “es que Colón pensó que había hallado una masa de tierra firme austral separada de la masa de tierra firme septentrional, no porque lo hubiere comprobado empíricamente, sino porque así lo exigía su idea previa acerca de que esta última era el extremo oriental asiático de la Isla de la Tierra. En otras palabras, concibió la existencia de un nuevo mundo obligado por la exigencia de salvar la verdad de su hipótesis anterior”. Vespucio, al parecer, aprovechó las ideas de Colón y siguió su propio curso.

En la parte final, se nombra el concepto de Nuevo Mundo, término que hasta hoy usamos para llamar a América; en ese entonces las nuevas tierras. Ello significa que el intento de los siglos posteriores fue llegar a ser otra Europa o el Viejo Mundo. Parafraseando a don Edmundo, América resultó ser, literalmente, un mundo nuevo en el sentido de una ampliación imprevisible de la vieja casa o, si se prefiere, de la inclusión en ella de una parcela de la realidad universal, considerada hasta entonces como del dominio exclusivo de Dios.

Para concluir esta parte, cito con exactitud a O’Gorman: “Se advertirá el importante matiz que separa esa trascendental manera de entender la designación de ‘Nuevo Mundo’ del sentido que Colón y Vespucio le concedieron a esa misma designación. El nuevo mundo imaginado por ellos implicaba un dualismo irreductible, puesto que postulaba la existencia de un ente ya constituido en la condición y ser de ‘mundo’, frente a otro igualmente acabado y hecho; nuevo, pues, solo por la circunstancia de su reciente hallazgo. Pero la otra designación, la que surgió a consecuencia de la concepción de las nuevas tierras como ‘cuarta parte’ del mundo, alude a un ente al que, es cierto, también se le concede el sentido de ‘mundo’, pero solo en cuanto posibilidad del otro que, nada más por ese motivo, se concibe como ‘viejo mundo’. En el primer caso se trata de dos mundos distintos e irreductibles, motivo que obligó el rechazo de las intuiciones de Colón y de Vespucio; en el segundo caso, por lo contrario, se trata de dos modalidades de un único mundo: en potencia el uno, y en ese sentido ‘nuevo’; en acto, el otro, y en ese sentido ‘viejo’”.

La escritura de la historia en La invención de América

De lo anterior, se concluye que la intención de la invención de América fue superada desde el momento en que esta se enfrentó a sus propias condiciones ante el mundo. Dejó entonces de ser un invento, objeto de discurso. Y me parece que el objetivo de Edmundo O’Gorman va más allá del hecho de demostrar que fue un invento y no un descubrimiento. Por ejemplo, sus últimas dos partes versan sobre el encuentro de Colón y Vespucio con sus naturalezas física y social. La invención de América me puso a reflexionar fuertemente para así captar el verdadero sentido de la obra; más allá de una cuestión monográfica y toda la parte de la historia como tal. Fue muy interesante y rico ver los aspectos psicológicos de los personajes, es decir lo que posiblemente pensaban. También, de alguna manera, rompe con la visión positivista de la historia, pero sin ser totalmente radical y relativista.

Cabe señalar que el descubrimiento de América, al ser rebatido por el autor, no ha de verse necesariamente como un error, si no como una diversidad de formas de nombrar e interpretar un hecho histórico; esto incluye la invención de un nuevo continente por parte de quienes escriben la historia. A partir de ello se desarrolla todo el proceso ideológico, cultural y de la historia oficial en cada Estado iberoamericano. Así, la invención de América es un parteaguas histórico más allá de la visión clásica que marca el paso definitivo al Renacimiento. Lo mismo, se percibe como una de las invenciones artificiales del hombre moderno, la intromisión de occidente a la hora de dividir la historia, y sobre todo la gran aparición artificial de la forma de mirar la historia y centralizarla, quiérase o no, desde Europa.

Edmundo O’Gorman fue un importante historiador mexicano, discípulo del filósofo español refugiado en México José Gaos y simpatizante de las posturas de Ortega y Gasset y, aunque nunca se asumió de manera clara dentro de ninguna escuela o corriente como tal, puede tratársele como un historiador de las ideas, gracias a su cercanía con la filosofía. Siempre mantuvo un estrecho vínculo con posturas de esta ciencia, y desde luego sus conceptos y planteamientos como los presentados en La invención de América hacen notar esa formación. Basta con repasar algunas de sus reflexiones sobre nuestro quehacer, el de los historiadores, para darnos cuenta de la profundidad y densidad de sus escritos, lo que los vuelve atractivos.

Para concluir, destaco el acucioso contraste de ideas que surgieron sobre si Colón descubrió América o solo coincidió casualmente con ella. Fue interesante leer en esta obra de O’Gorman la incorporación de los viajes normandos, las teorías religiosas, cosmogónicas… También puede reflexionarse en el hecho de que América haya servido como una especie de motor de libertad para el hombre; es decir, que rompió con la visión de que Dios asignó solamente un pedazo de la Tierra a los hombres, pero con el descubrimiento de América y con su posterior invención y reconocimiento como una parte más del mundo. Igual de importante que las ya existentes, le dio al hombre la soberanía sobre la Tierra, llevó a un desarrollo de la geografía sin precedentes, y acabó con concepciones e ideas que eran milenarias. Aparte de innovar términos como continente –surgido en esta época–, fue sin lugar a duda un triunfo del hombre sobre sí mismo; es decir, sobre sus propias concepciones afianzadas por siglos y que en algunos años más fue capaz de transformar o desechar.

Además, con la invención de América, inevitablemente, se ampliaron muchos horizontes culturales que hasta hoy debatimos.

Marco Antonio Villa Juárez

Maestro en Historia. Editor, investigador y articulista de la revista Relatos e Historias en México.

Las opiniones expresadas en este blog son responsabilidad exclusiva de quienes las emiten y no representan necesariamente la posición de Historiografía Mexicana A. C.

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