FUTURO PASADO
01 | julio | 2020

El insurgente Morelos: un hombre dual

De un personaje como José María Teclo Morelos Pérez y Pavón da la impresión de que poco falta por saber; sin embargo, su participación en el movimiento de independencia, así como su trayectoria religiosa anterior, dan lugar a conversatorios interminables, provistos de nuevos análisis y datos sobre los diversos temas que encumbran su figura. Y quizá uno de los preferidos es el de su temperamento. Su apodo Rayo del Sur, por ejemplo, nos da la pauta para imaginar la fuerza que el general y religioso emanaba. Y fue así nombrado por sus contemporáneos luego de consumar a fines de 1812 la ocupación de la opulenta ciudad de Oaxaca, entonces capital de intendencia y obispado. Vale la pena destacar que este hecho es considerado la conquista más importante de los rebeldes y también su estadía más prolongada.

El final de 1812 y las semanas posteriores mientras estaba en la metrópoli novohispana sureña fueron para Morelos representativos de su tesón. Cuenta el doctor Moisés Pérez Guzmán que arregló la administración, apadrinó la edición de periódicos como el Despertador de Michoacán, Sud y el Correo Americano del Sur, reorganizó al ejército, patrocinó desfiles y festejos y asistió a bailes. Como colofón, posó estoico ante un anónimo pintor –se ha dicho que un indio mixteco– que nos dejó uno de los retratos más afamados y fieles de su figura, posiblemente elaborado en diciembre de 1812, al interior del edificio que servía de sede a la antigua intendencia oaxaqueña. En la tradición pictórica de la época, el uso de un espacio elíptico sirve de marco a la figura de un Morelos como héroe, quien a su vez impone la fuerza persuasiva de su mirada, su recia personalidad.[1] Y vaya que la tenía.

El cura de Carácuaro acumuló todo tipo de anécdotas, aliados y enemigos, lealtades y traiciones, vivas y vituperios, victorias y derrotas, en alrededor de cuatro años, mientras recorría con sus huestes el sur novohispano. El doctor Herrejón –a quien podría confirmársele el título de morelista consumado, dados sus avezados conocimientos sobre el personaje– lo describe como un hombre autoritario, de férreo carácter y patriota a toda prueba al momento de bregar por la soberanía del Estado que vislumbraba, pero para quien el catolicismo era un ideal de vida inquebrantable, de tal suerte que el cruce de la insurgencia con su fervor religioso lo evidenciaron como un personaje colmado de contradicciones emergentes que bien podrían tomarse como irreconciliables: “ministro del santuario y conductor de ejércitos, heraldo de paz y general en guerra” que solía resolver cada situación a la luz de “su constante binomio ideológico: la religión y la patria”.[2]

Para el también llamado Siervo de la Nación a partir de 1813, “el ejercicio de la violencia, aunque legítima, era incompatible con la profesión eclesiástica”, agrega Herrejón. Pero a ninguna de las dos renunció, ni cuando “en la intimidad de su fervor religioso se entreveraba el recuerdo de la mujer que había amado: Brígida Almonte”. Autoritario, pleno de libertad y creatividad, ingenioso y bienhumorado en sus primeras batallas, Morelos, el de la cabalgadura de mula de la que cayó tres veces, “tenía a sus confesores y acostumbraba reconciliarse antes de entrar en batalla”. En sus misivas y bandos llenos de “latinajos y consideraciones escolásticas”, así como en el trato cotidiano hacia sus huestes, siempre asomaba su llama religiosa, pero también la de su duro temperamento.

Con todo, del personaje “más grande que produjo la revolución” de independencia e impulsor del orden, la disciplina y las instituciones, como lo calificó el máximo ideólogo del conservadurismo decimonónico, Lucas Alamán; el mismo del que José María Bustamante pensó que, cuando estaba en la cima del poder, se investía de cierto autoritarismo que lo llevó a tener grasos errores, a actuar con aturdimiento y que aquejaba un desorden emotivo, muchas son las obras que nos cuentan, con emotividad y evidencia, cómo era el futuro prócer, quien finalmente cayó fusilado en la localidad mexiquense de Ecatepec. Y desde luego que los días anteriores a su caída nos dan la pauta para narrar más de su enorme resistencia, pero ya será en otra ocasión.


[1] Moisés Guzmán Pérez, “El retrato de Morelos. La representación simbólica del poder”, en Relatos e Historias en México, n. 88, diciembre de 2005.
[2] Carlos Herrejón Peredo, “Protagonistas del siglo XIX. José María Morelos” (curso), México, INEHRM. En línea: https://bit.ly/2Yu7u3D.

Marco Antonio Villa Juárez

Maestro en Historia. Editor, investigador y articulista de la revista Relatos e Historias en México.

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