FUTURO PASADO | Blog de Marco Antonio Villa Juárez
25 | agosto | 2020

Antonieta Rivas Mercado: mito y verdad.

Breves apuntes en torno a Vasconcelos

“Arturo, antes de medio día me habré pegado un balazo […]. Le ruego que cablegrafíe (no lo hago yo porque no tengo dinero) a Blair y a mi hermano para que recojan a mi hijo […] está en Burdeos 27 Rue Lechepellier con la familia Levigne. Gente que me quiso mucho y quien quiere bien a mi pequeño […]. Me pesó aceptar la generosa ayuda de Vasconcelos, al saber que lo que necesitaba le robaba fuerza, no he querido. De mi determinación nada sabe, está arreglando el pasaje. Debería encontrarme con él al mediodía. Soy la única responsable de este acto con el cual finalizo una existencia errabunda”.[1]

La joven Maria Antonieta, de treinta años, quiso que el balazo que acabara con su vida aquel 11 de febrero de 1931 atinara a su corazón. Pero falló. Su esbelta figura no cayó frente a la efigie del Cristo crucificado que había elegido como su único testigo, sino afuera de la catedral parisina de Notre Dame. Alcanzó a llegar a la calle antes de caer desfallecida para luego ser auxiliada por, tal vez, personal religioso, que al oír el disparo y quizá también su ensordecedor eco entre las bóvedas del recinto, buscó de inmediato cualquier pista. Enseguida fue trasladada al antiguo hospital Hôtel-Dieu, donde minutos después abrazó la muerte que tanto anheló durante las semanas previas a esa temprana tarde de invierno.[2]

Según versión de la historiadora Tayde Acosta Gamas, quien o quienes la auxiliaron probablemente especularon con que era mexicana por la medalla con la efigie de la Virgen de Guadalupe que colgaba de su cuello. Y lo confirmaron tras analizar la carta suicida que guardaba consigo, dirigida a su amigo Arturo Pani, cónsul de Francia –de la que se extrajeron las líneas que abren este escrito–. Entre sus ropajes, cargaba también una foto de su Chacho, como llamaba tiernamente a su único hijo, que para entonces apenas rebasaba la década de vida.[3]

La pistola del acto fue la misma que portaba el abogado y político José Vasconcelos, pues eran por demás sabida su posición frente a un régimen que buscaba eliminarlo. Toñita, como cariñosamente también la llamaba él, escribió en otro momento que esta habría de ser el instrumento que le ayudaría a consumar su suicidio. También argumentó: “Estoy segura de que él no volverá a sentirse ligado con nadie como lo ha estado conmigo. Sé que no renegará de mí, ni siquiera con motivo de mi suicidio […]. Por lo pronto, al saber que lo he hecho se enfurecerá. Solo más tarde, mucho más tarde, comprenderá que es mejor para mi hijo y para él mismo. Entonces se enternecerá y no podrá olvidarme jamás: me llevará incrustada en su corazón hasta la hora de su muerte”.[4]

Antonieta Rivas Mercado

Por décadas se ha dicho que fue el amor no correspondido del también filósofo Vasconcelos lo que la postró ante su fatídico final. Algo hay de razón en ello, pero no fue el único factor, aunque es posible que uno de los más próximos. Y es que después de un apasionado romance que vivió sus mejores momentos durante la campaña de Tito por la presidencia en 1929, arteramente “robada” por la aplanadora del naciente partido oficial, ella tuvo que tomar distancia y enfrentar su inminente ausencia, producto del exilio al que ambos se vieron obligados a tomar por temor a perder la vida a manos del régimen. Ella estuvo en Nueva York y después en Francia; Burdeos y París.

Dieciocho años y casi tres meses mayor que ella, el extitular de la SEP y exrector de la Universidad Nacional de México (hoy UNAM) se benefició financieramente de la aristócrata joven para llevar a cabo su ambiciosa campaña presidencial que de paso entusiasmara a muchos, incluido lo más granado de la intelectualidad mexicana de la época. Ella, como tantos de este sector, creía en el proyecto educativo y cultural del oaxaqueño, llamado entonces “el mejor político” de nuestro país. De esos días, ella legó una destacada crónica de las vicisitudes que observó, posteriormente publicadas bajo el título La campaña de Vasconcelos, en la que además critica el régimen de don Plutarco Elías Calles y Emilio Portes Gil.

Pero desde finales de 1929 y hasta el momento del suicidio, Antonieta y “el Maestro de América” no perdieron contacto. Ella no dejaba de profesarle su amor ni sus planes intelectuales: lecturas, escritos, traducciones, roces y amistades… incluso sobre el fracaso de la campaña. Sobre él, en el terreno amoroso, lo mismo escribía cuán grande el amor que le profesaba, de la “explosión afectiva, sexual”, o de que quería olvidarlo; otras veces se cuestionaba si lo amaba. Hacia 1930, también anotó que sería su esposa, lo que podría interpretarse como una profunda desesperanza. “Viene Pepe y casi sin una explicación, pidiendo tan solo, registro civil de nuestra boda, que lo avise a sus hijos por conducto de Chimino, seré su mujer. Lo sé. Lo sé. Su amante no. Su mujer. Su obra futura será en parte, obra mía. Será mi pretexto y mi trampolín”.[5] Igual se reencontraron en más de una ocasión. Estuvieron juntos el 10 de febrero de 1931, en París, junto con el asistente y editor del maestro.

José Vasconcelos y Antonieta Rivas

Él no era ajeno a las intenciones suicidas de la joven e intentó convencerla de que siguiera con su vida. También hizo porque volviera a México junto con su hijo y dijo que pagaría sus pasajes. Esto porque ella argumentaba falta de recursos, otra de las razones que la mantenían hundida en la desesperación. Había sido notificada por sus hermanos de que se encontraba en quiebra. Verdad o no, era una realidad que la herencia de su padre, el prestigioso arquitecto Antonio Rivas Mercado, se había reducido de forma considerable a razón del mecenazgo cultural que protagonizó Antonieta a partir de la muerte de su progenitor, en 1927.

Así las cosas, es innegable el beneficio que el político tuvo de su “amiga Valeria”, como lo es también el profundo afecto de ella hacia él, cuyo aliento no fue suficiente para que ella desistiera del suicidio. La misma Antonieta tenía incluso ambiciosos planes que a la distancia pudieron haber sido trascendentales. Y es que durante su exilio combinó sus labores de periodista y escritora, porque además de la crónica de la campaña, comenzaba a escribir su novela El que huía.  Además, tenía a su hijo consigo, después de años de intensa disputa por la custodia del menor que, aunque la perdió, había logrado llevarlo al Viejo Continente.

Pero los planes artísticos y culturales de la joven no quedaban nada más ahí. Por ejemplo, Vasconcelos reeditaría la revista La Antorcha y Antonieta posiblemente participaría activamente en ella, si es que tomaba la palabra que él le había empeñado sobre hacerla partícipe. Ella quería crear. Quería escribir. Así lo manifestaba en las cartas que también envió de forma insistente al pintor Manuel Rodríguez Lozano, a quien conoció en 1927 mientras conseguía un maestro de pintura para su hermana. De él, estuvo profundamente enamorada, por lo que las epístolas que a él enviara fueron por demás intensas, agobiantes y sobre todo infructuosas, ya que él no le correspondió. “Lo quiero y contra esperanza, espero”, le escribió, por ejemplo, el 20 de abril de 1929.[6] Y con el pintor Emilio Amero lo mismo: un enamoramiento no correspondido, aunque de ninguna manera comparable, según las cartas, con lo que le dedicó a Manuel. Pero en ambos casos, no queda duda de lo apreciada y respetada que era, tanto por ellos como en el medio intelectual y artístico de su tiempo.

María Antonieta de la Luz Rivas y Castellanos, según su acta de nacimiento, María Antonieta (o Antonia) Valeria Rivas Mercado Castellanos, según su fe de bautizo, o simplemente María Antonieta Rivas Mercado, el nombre que eligió para figurar en el mundo literario, artístico y cultural, fue una mujer especial, de reconocido talento para la danza y las letras, mas no figuró por ello durante décadas, sino por haberse suicidado en una de las catedrales más importantes del mundo, en la que por cierto, hoy existe una imagen de la virgen enviada por el gobierno de Pascual Ortiz Rubio a manera de disculpa por el suceso.


[1] Guadalupe Loaeza, “Cita con la muerte”, La puerta falsa: De suicidios, suicidas y otras despedidas…, México, Océano, 2011, 117-124.
[2] Fabienne Bradu, Antonieta, México, FCE, 1991.
[3] Antonieta Rivas Mercado, Obras. Tomo II. Diario, epistolario y apéndices, recopilación, presentación, cronología, notas y apéndices de Tayde Acosta Gamas, México, Siglo XXI Editores, 2018.
[4] G. Loaeza, op. cit.
[5] A. Rivas Mercado, op. cit.
[6] Antonieta Rivas Mercado, 87 Cartas de amor y otros papeles, Veracruz, Universidad Veracruzana, 1984, carta XLII, carta LVI, p. 58.

Marco Antonio Villa Juárez

Maestro en Historia. Editor, investigador y articulista de la revista Relatos e Historias en México.

Las opiniones expresadas en este blog son responsabilidad exclusiva de quienes las emiten y no representan necesariamente la posición de Historiografía Mexicana A. C.

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