FUTURO PASADO | Blog de Marco Antonio Villa Juárez
09 | julio | 2020

7 de julio de 1910: la última persecución y matanza colectiva del Porfiriato

Entre todas las tensiones que se libraron antes del estallido revolucionario del 20 de noviembre de 1910, hubo un crimen del que poco se habla. Ocurrió la noche del 7 de julio anterior, en la capital poblana, durante una manifestación convocada por Aquiles Serdán y secundada por decenas de estudiantes del Colegio del Estado, abanderados principalmente por los de Medicina y Leyes. La protesta pretendía descalificar las que consideraban falsas elecciones en las que con arbitrariedad ganó don Porfirio, quien llevaba desde 1876 en la presidencia del país, y desde 1884 ininterrumpidamente.

Este era uno más de los actos antiporfiristas en la entidad que, sin embargo, elevaban cada vez más su tono opositor además de su regularidad. Y es que los de la Ciudad de los Ángeles, como muchos otros mexicanos, se guardaban cada vez menos su encono hacia el largo régimen del general oaxaqueño cuyos gloriosos ayeres en el campo de batalla muy pocos anteponían para justificar su perpetuidad. Así las cosas, la lucha civil para derrocarlo aceleraba su curso a través de las diversas propuestas que desde meses atrás se articulaban para tal fin. Lo mismo los que empuñaban las armas que los que fraguaban su ideario o propuestas políticas de forma cada vez más sólida dentro de los llamados clubes antirreeleccionistas.

La fraudulenta elección en la que se estimó vencedor a Francisco I. Madero, pero oficialmente se impuso como ganador a Porfirio Díaz, disparó la animadversión y más temprano que tarde diversos contingentes pondrían el punto final a la espera por la Revolución armada. “No puede llamarse elección a la por tantos años tradicional y oficial maniobra de hacer instalar por algunos empleados mesas electorales, en las que solo hacían acto de presencia los instaladores, el jefe de la sección, en cuya casa, generalmente, se hacía la pantomima y dos o tres empleados municipales, encargados de hacer actas, llenar varios esqueletos, boletas y formar, en suma, el expediente de la mesa que le correspondía”, escribió Atenedoro Gámez en su Monografía histórica sobre la génesis de la Revolución en el estado de Puebla, publicada tiempo después. Por eso, Aquiles, de treinta y tres años, quiso que la movilización acompañara su intención de reunir a los antirreeleccionistas de Puebla para que, de manera conjunta, solicitaran la anulación del proceso electoral.

Ese 7 de julio, hacia las nueve de la noche, el viejo jardín público de San José, donde entonces se encontraban las ruinas del viejo cuartel homónimo –que en la época novohispana sirvió al Regimiento de Dragones–, estaba repleta de poblanos entusiastas. Antorchas encendidas, panfletos de mano en mano, júbilo, cánticos; niños, mujeres y ancianos respaldaban tanto a los juveniles como al propio Aquiles. Parecía una fiesta y como tal empezó cuando emergió una guitarra cuyos acordes anunciaron su andar. Aquiles conocía la ruta de la manifestación y en cuanto cerrara su modesto taller se incorporaría.[1]

Pero la protesta no sería tan fácil. Las autoridades, enteradas del asunto y respaldadas por el gobernador Mucio P. Martínez, advirtieron a los estudiantes que no permitirían la movilización y las amenazas no se hicieron esperar. La mesa directiva universitaria pensó en algún momento cancelar su participación y obedecer a las autoridades, previendo graves conflictos. Al final, y después de largos debates, decidieron marchar junto a la inmensa multitud que se arremolinó en el lugar.

La ruta de la marcha fue por Calle 2 Norte hasta llegar al zócalo, donde tuvo lugar el primer mitin. Siguió por lo que es hoy la avenida de la Reforma hasta Paseo Nuevo (hoy Paseo Bravo), donde hubo un mitin final y terminó el acto. Pero en la Primera Calle Real de San José, tropas rurales montadas en recios caballos que amenazantes galopaban sobre el empedrado, interceptaron la columna disidente. Miguel Cabrera y sus fuerzas policiacas no escatimaron recursos para abalanzarse contra los asistentes. La tragedia comenzó: sablazos a diestra y siniestra, cortando, mutilando o atravesando, caían sobre la gente. Entre gritos y llanto, niños, ancianos, mujeres… quien fuera, cayeron muertos. Quienes podían, intentaron quemar jinetes y caballos con las antorchas.

En las siguientes horas, aparte de arrestar y encarcelar a decenas de los seguidores de Aquiles, las fuerzas del gobierno aprehendieron a los líderes estudiantiles más destacados del Colegio del Estado. Sin embargo, aún no se cumplía la principal tarea: “quebrar” al principal agitador rebelde, Aquiles Serdán, quien para entonces ya se encontraba resguardado en el cuartel de San José. Los rumores señalan que salvó gracias al aviso de su amigo Andrés Robles. Cargador él, llegaría tarde al mitin, al igual que Serdán. Pero en su trayecto encontró de frente a la soldadesca, de la que escuchó las intenciones de matar al futuro prócer de la Revolución en Puebla.

Andrés lo buscó para informarle. Aquiles se propuso encarar a los soldados, pero amigos suyos lo convencieron de claudicar con el argumento de que, como cabeza del grupo, era necesario que cuidara al máximo su vida. En eso se inició la desbandada de los manifestantes y Aquiles, con la frustración en cabeza y sangre, tuvo que esconderse en casa del cargador en el entonces lejano barrio de Xonaca. Ahí se refugió varios días mientras la persecución policiaca en su contra se disipaba.

De los hechos, periódicos poblanos y nacionales muy poco mencionaron. Pese a ello, por primera vez coincidió la opinión pública y la sociedad civil de una Puebla inconforme contra el caciquismo imperante, pues criticó abiertamente hábitos y usos del dictador y vaticinaba su renuncia y posterior castigo. Por su parte, el zapatero también fortaleció su espíritu cívico multiplicando su quehacer revolucionario, que aunque intenso, terminaría siendo breve, toda vez que caería abatido en la refriega del 18 y 19 de noviembre siguiente, apenas unas horas antes de que ciudadanos de todo el país atendieran el llamado a las armas convocado para el 20 por Francisco I. Madero.

 


[1] Manuel Frías Olvera, Historia de la Revolución mexicana en el estado de Puebla, México, INEHRM, 1980.

Marco Antonio Villa Juárez

Maestro en Historia. Editor, investigador y articulista de la revista Relatos e Historias en México.

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